domingo, 2 de mayo de 2010

El Fantasma de la Monja

Esta leyenda ocurrió en la ciudad de México, en el Convento de la Concepción que fue construido en la época colonial, a 22 años de consumada la Conquista y, por lo tanto, el primero en recibir como novicias a hijas, familiares y conocidas de los conquistadores españoles.

Durante muchos años, y según consta en las actas del muy antiguo convento, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas ahí enclaustradas sufrieron la presencia de una blanca figura que vestía con el hábito de la orden religiosa y cada noche se le veía en la huerta del Convento balanceándose de un árbol de durazno, con una soga en el cuello, sus ojos salidos de las órbitas, su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos, sus manos juntas y sus pies apuntando hacia la tierra. Así, noche tras noche, el fantasma de la novicia fue una horrible visión que perduró muchos años y de nada valieron tantos rezos, misas, penitencias ni golpes de cilicio.

Cuenta la historia sobre tres hermanos de apellido Ávila: Gil, Alfonso y María, quienes vivían en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala. María se había enamorado de un mestizo de humilde cuna y de incierto origen llamado Arrutia, quien trató de convertirla en su esposa para ganar fortuna y linaje. Sin embargo, a este amorío se opusieron los hermanos, quienes le ofrecieron un buen monto de dinero para que se fuera por siempre de la capital de la Nueva España.

Se cuenta que el mestizo aceptó y se fue sin despedirse de la mujer que había llegado a amarlo tan intensamente. Transcurrieron dos años y María seguía sumergida en un profundo llanto y sufrimiento, por lo que sus hermanos decidieron reunir otra fuerte suma como dote y la encerraron en el convento como novicia, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia entre rezos.

Una noche, no pudiendo resistir esa pasión más fuerte que su fe y su religión, María decidió matarse ante el silencio del amado. Se hincó ante el crucificado a quien pidió perdón y se fue a la huerta del convento. Ató una cuerda a una de las ramas del durazno y se lanzó hacia abajo. Y allí quedó basculando, balanceándose como un péndulo blanco, frágil, movido por el viento. Al día siguiente su cuerpo fue bajado y sepultado en el cementerio interior del convento.

Sin embargo, un mes después una de las novicias vio la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A es aparición siguieron otras, hasta que las superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de la puesta del sol.

Sus dos hermanos se vieron envueltos en aquella conspiración o asonada encabezada por Don Martín Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y descubierta esta conjura, fueron encarcelados, juzgados y degollados en julio de 1566. Por órdenes de la Real Audiencia y en mayor castigo a la osadía de los hermanos Ávila, su casa fue destruida y en el solar que quedó se aró la tierra y se sembró con sal.

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